Wednesday, July 05, 2006

Muerte al Amanecer - Capítulo 2

Capítulo 2

Klaus Altmann, el empresario de origen alemán, descansaba plácidamente en la residencia de su amigo, Don Federico Schwend, disfrutando del tibio sol de Santa Clara. Próximo a cumplir los 63 años de edad, y con un metro sesentidós de estatura, Altmann rebosaba de vitalidad y salud, que hubiera sido la envidia de personas mucho más jóvenes que él. A pesar de su saludable y bondadoso aspecto, la mirada de Altmann era tan dura e inflexible como el acero, y tras esa imagen, que para muchos resultaría inofensiva o débil, se escondía un carácter sumamente explosivo y tenaz, lo cual hacía de este hombre el ejecutivo más respetado y temido de Transmarítima Boliviana, la compañía de cargo marítimo respaldada por el gobierno Boliviano, que en los últimos dos años había dado millonarios dividendos.

Altmann tenía una edición de La Crónica, donde en primera plana se leía el titular de la muerte de Luis Banchero. Dió una profunda aspirada a su cigarrillo, mientras mantenía la mirada glacial y dura en el periódico, sin el atisbo de la más mínima emoción.

--¡Guten Tag, Klaus! --se escuchó desde el fondo de la sala.
--Frederich... --le saludó Atmann, sin despegar la mirada del diario.
--¿Entreteniéndote con las noticias locales?
Atmann no respondió, solo miraba fíjamente la noticia del asesinato, entrecerrando los ojos como si pensara en algo que se encontraba a cientos de kilómetros de ahí. El humo del cigarrillo reptaba desde sus narices hasta los ojos, dándole el aspecto de un dragón.
--¿Qué opinas de esto? --dijo Atmann mientras le extendía el diario a Schwend.
--No opino nada --replicó secamente y con una sonrisa torcida en son de burla --El tipo está muerto, ¿qué tendría que agregar a eso?
A Klaus Atmann no le hacía ninguna gracia la manera en que Frederich Schwend ignoraba el problema. La muerte de un empresario tan poderoso como Banchero era un durísimo golpe a la comunidad pesquera y de transporte marítimo en el Perú.
--No me dirás que te estás preocupando por nuestro negocio --dijo Schwend, casi como si adivinara los pensamientos de Atmann --Sabes perfectamente que esto no le afecta para nada.
En ese momento el teléfono de la residencia de Schwend sonó desde la sala. Uno de los subordinados contestó y se dirigió hacia la piscina, donde se encontraban en ese momento Klaus y Frederich.
--Señor Klaus, me parece que esta llamada es para usted --dijo el muchacho.
--¿Te parece?
--Sí señor --el muchacho trataba de elegir bien las palabras pues Atmann era una persona conocida por su explosivo carácter, sobre todo cuando se le perturbaba --El problema es que creo que hay un error en su apellido; la persona que lo llama dijo "Klaus Barbie".
Por un instante, las pupilas de Atmann se dilataron, y dirigió una mirada a Schwend que también parecía haberse quedado de una pieza.
--¿Estás seguro? --Dijo Atmann, esta vez visiblemente perturbado.
--Inclusive me habló en alemán, señor.
--Deja el aparato aquí y márchate Horacio, no creo necesitarte por el resto del día --intervino Schwend.
Autmann tomó el teléfono y respirando profundamente, habló.
--¿Hola?
--¿El señor Barbie? --dijo la voz del teléfono.
--¿Quién es usted, y con quién desea hablar?
--¡Señor Klaus Barbie! --la voz sonaba como la de quien recibía una agradable sorpresa.
--Si no contesta a mi pregunta me veré forzado a terminar esta conversación --dijo Atmann.
--No le conviene colgarme --esta vez el interlocutor sonó más autoritario y sombrío.
--¿De verdad? Mire, soy un hombre muy ocupado, le agradeceré ser breve.
--Herr Barbie, limpie su agenda. Está usted en graves problemas.


Klaus Barbie, era más conocido por otro nombre. "El Carnicero de Lyon".

Monday, July 03, 2006

Muerte al Amanecer - Capítulo 1

CAPITULO 1

Al despuntar el alba, el Magnate empresario volvía a su residencia en Chaclacayo, visiblemente cansado pero manteniendo la alegría que le caracterizaba. Aún llevando encima una malanoche, no perdía aquel porte de elegancia que, tanto sus trabajadores, socios y amigos, envidiaban sanamente. La fiesta de año nuevo había sido a todo dar, pero Luis Banchero no era un hombre cuya afición fuese la bebida; aún siendo primero de Enero, lo único que deseaba era dormir, luego darse una ducha fría y dirigirse al trabajo. "La única forma de crear riqueza es trabajando" les decía a sus trabajadores, quienes se identificaban con sus sueños y su obra, pues confiaban ciégamente en él. En la tarde del día anterior a la fiesta, se había reunido con el español Joaquín Peña, el hombre de Comergeral, que controlaba el comercio mundial de la harina de pescado.
--Los peruanos le estamos estropeando el negocio, ¿verdad? --Le decía Banchero cara a cara a Peña
--Más o menos --le respondió fríamente, mirándole a los ojos
--Más que menos, diría yo
tras una larga pausa y un suspiro de frustración, Peña añadió --Los peruanos le están arruinando el negocio a todo el mundo.

Luis Banchero se detuvo frente a la hermosa casa de su propiedad y bajó del poderoso sedán que conducía, y dió la vuelta al vehículo dirigiéndose a la puerta del copiloto, al tiempo que la abría a su acompañante.
--¡Pero qué galante!, habías estado mudo todo el camino.
--Lo siento Eugenia, pero realmente lo único que deseo es irme a la cama.
--¡y pensé que nunca lo dirías! --dijo Eugenia mientras le miraba con ojos lujuriosos.
Luis le dirigió una mirada divertida --Vamos, que sabes a lo que me refiero. Entremos.

Luis Banchero y Eugenia Sessarego habían comenzado un affair hace algunos meses, y habían ido juntos a la reunión de año nuevo. Al entrar a la espaciosa sala de la residencia, Luis notó que una de las estatuillas de su colección había desaparecido. Lo que no notó fué una sombra que se movía tras él, y solo sintió el impacto del pesado bronce contra su cabeza, que terminó por desplomarlo de bruces al suelo. Aún en el estado de semi conciencia, sentía como aquel personaje que se había materializado de un segundo al otro, le ataba las manos y los pies.
Hasta que Luis se dió cuenta...
Juan Vilca, el hijo del jardinero, tenía una manera tan peculiar de hablar que lo identificó aún dentro de los estragos del golpe.
--¡Juan! ¡Qué mierda estás haciendo! --Le gritaba Luis desde el suelo.
--¡Cállese la boca...Cállese! ¡CÁLLESE!
En ese momento Luis Banchero abrió los ojos, en una expresión de sorpresa, dolor y horror, mientras trataba de gritar. La voz no le respondía, pues sus pulmones succionaban como esponjas todo el aire que les fuera posible. La terrible sensación del frío metal penetrando en su carne, irónicamente le quemaba. Luego sintió otra puñalada más, y otra. La vida se le escapaba del cuerpo lentamente, mientras se desangraba. Todo a su alrededor era confuso. Los gritos de Eugenia, la voz de Vilca. No podía discernir las palabras que oía. Ahora sentía frío y la vista se le oscurecía. Sintió un portazo, y luego el ruido de unas llantas que se alejaban a toda velocidad de la entrada de la casa. Luis podría haber jurado que nunca vió ningún otro auto en la entrada al estacionarse.

Ahora Luis Banchero se desvanecía; su último recuerdo lo transportó cuando vendía alcohol en las haciendas de la sierra, en sus épocas de estudiante, y cuando el japonés le hacía esperar dos horas bajo el sol antes de abrir su tambo. Mientras sudaba en aquel calor insoportable se preguntaba cuál sería la mejor manera de joderlo. Y lo hacía. Le vendía el doble de alcohol y más caro.

Sunday, July 02, 2006

Muerte al Amanecer - Prólogo

Prólogo

El general estaba de espaldas, investido en su elegante uniforme de gala, contemplando orgullosamente la nueva pintura que había mandado poner en las pared principal de aquel salón en Palacio de Gobierno. Nada le hacía más feliz que hacer realidad sus caprichos idealistas, por muy tontos que le parecieran a sus subalternos. "Ellos jamás comprenderían". Ahora no solo había cambiado totalmente la apariencia del salón Francisco Pizarro, sino que en ese mismo instante había decidido cambiar oficialmente el nombre por el de Salón Túpac Amaru II. Mientras miraba absorto aquella obra de arte, --la imágen del fallecido Gabriel Condorcanqui-- unos pasos firmes, de indiscutible cadencia militar se acercaban a él desde atrás. No necesitó volverse, ni quitar la mirada de su precioso cuadro para saber de quién se trataba.


--Panchito... dígame, ¿está ya todo listo? --preguntó el general.
las palabras aunque cariñosas y casi como un susurro cansado, cortaban como un sable el aire de aquella habitación con una autoridad incuestionable.
--Todo bajo control mi general. Despreocúpese ya del tema, no existe manera alguna de que nos vinculen. --replicó el recién llegado.
--Siempre Ud. tan optimista, Francisquito... realmente lo admiro. Ahora dígame; ¿tengo que volver a la reunión? realmente quisiera descansar.
--¡Vamos mi general! no me va a decir que no piensa celebrar el año nuevo con los invitados.
--¡Carajo con Usted!. Siempre siguiendo el protocolo. habrá que ir nomás, pues.

Minutos más tarde, el general y Presidente de la República Juan Francisco Velasco Alvarado, y el Jefe de Estado Mayor, Francisco Morales Bermúdez, se integraban sonriendo a las celebraciones de año nuevo en el Salón Dorado de Palacio de Gobierno. Comenzaba el año 1972.